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EL SUEÑO DE LA NOVIA

Un día soñé que nací en un remoto país. Mis padres no tenían dinero y antes de que naciera me dieron en matrimonio a un tío mío, cuarentón y viudo, que tenía dos hijos y que era muy, muy rico. El momento del parto se esperaba con ansia porque se iba a celebrar simultáneamente mi nacimiento y mi boda. Mi madre se había puesto sus mejores galas, aún a sabiendas de que tras el parto su estado podría ser lamentable. Una capa de color púrpura cubriría su vestido de gasa y escondería sus vergüenzas. Mi padre esperaba en la sala de al lado, paseando de arriba a abajo con mi tío. Los dos llevaban traje, el de mi padre era el mismo de su boda, un poco gastado, después de diez años, corto de mangas y estrecho. Mi tío iba impecable. Lucía un traje de lana fría gris marengo con raya diplomático blanca muy fina.

Cuando oyeron mi llanto irrumpieron los dos en la habitación. Mi madre estaba muy pálida pero sonreía feliz. Es preciosa, decía, demasiado bonita. Mi padre se acercó y se le demudó la cara. Mi tío, que llevaba un cigarro entre los labios, lo dejó caer al abrir la boca. Le acercaron a mi madre un espejo para que pudiera ver su rostro junto al mío y apreciar así nuestro parecido. Entonces me pude ver, y casi cierro los ojos del susto. Había nacido sin rastro de sangre, con la piel tersa y fina, y los ojos azules abiertos. Me vi extrañamente mayor, como una novia engalanada para su boda, con sombra en los ojos, rímel en las pestañas, unos gruesísimos labios retocados con silicona, perfilados y con gloss rojo cereza. Me asusté. Un bebé-novia de silicona, qué extraño.

Mi tío se acercó. Me tomó en sus brazos y, al darme la vuelta para verme por detrás murmuró disgustado, “pero… ¡no tiene pelo!”

Era verdad. Ni una sola hebra completaba esa figura extraña de bebé-novia.

Mi tío me despreció. El pelo corto solo lo llevan las viudas. Tuvo miedo de que fuese una premonición de su pronta muerte y me dejó libre. Mi llanto de alegría, al verme libre de ese anciano, se convirtió en grito de angustia cuando vi que mis padres me envolvieron en unos lienzos y me abandonaron en la calle.

Empecé a notar como si se me deshinchasen los labios y se me arrugase la piel. Grité angustiada y me desperté. Contenta comprobé que todo había sido un sueño, pero conservaba el miedo en el cuerpo. Me acerqué al espejo para comprobar que seguía siendo yo, y entonces grité aún más fuerte, pues vi que había envejecido de golpe diez años. Pensé que era una broma, que seguía soñando, y aún todavía sueño que es un sueño, mientras los médicos se inventan un nombre para esta nueva enfermedad que, para mi desgracia, por ahora se conoce como el “sueño de la novia”. Se la ha descrito, por ahora, como un proceso de envejecimiento sin otra causa que eso que los científicos llaman el poder de la mente, una mente presa de sus sueños. Y yo mientras tanto conservo la esperanza de que este no sea más que otro sueño.

Auxi Barrios 12/05/2009