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Derecho a sentir miedo

Teníamos derecho a sentir miedo y nos lo robaron. El miedo protege, es su misión. Sin miedo habría muchos más accidentes de tráfico, más delitos, más enfermedades.

Nos lo robaron. Nos robaron el derecho a sentir miedo durante dos meses por no generar alarma, para después imponernos un Estado de Alarma que va en contra de las libertades, sin anestesia, sin preparación, sin tiempo para comprender y digerir lo que estaba pasando.

Derecho a sentir miedo. Derecho a ser informado y decidir libremente cómo actuar. Derecho a ser adulto y a que el estado deje de comportarse como si fuera un padre inmaduro, un padre de esos que intenta superar su inmadurez explotando a sus hijos, cargándoles con obligaciones y deberes que son solo suyos.

Derecho a no ser manipulado, a no volver a recibir consignas de a qué manifestaciones tenemos que ir, porque “se nos va la vida en ello”. Derecho a no ser adoctrinado por medios de comunicación que reciben millones de euros para ser altavoces de unos pocos, los que gobiernan. Derecho a no ver que algunos se aseguran su propio bienestar y el de los suyos, mientras el pueblo sufre. Derecho a no ser guiados por los que se saltan las leyes que ellos mismos dictan, los que no sienten pena ante el dolor ajeno, los que solo tiemblan por temor a ser bajados del pedestal en el que se creen que alguna vez estuvieron.

Si nos hubieran dejado sentir miedo hubiéramos podido protegernos para proteger a nuestros mayores, a nuestros enfermos. Algunos lo hicimos poco a poco, fuimos comprando en febrero más de la cuenta, llenamos semana a semana el congelador por si pasaba algo parecido a lo de Wuhan. Pero no lo decíamos. Podrían tomarnos por locos. ¿Cómo iba a llegar hasta aquí? Además, ¿no dicen que es una gripe normal? ¿Para qué alarmarse? Vaya histeria colectiva se está montando con el dichoso bicho… Algunos simplemente tuvimos intuición, y pensamos que no debía ser una gripe cuando cerraban China entera, cuando recluían a todas las familias en sus casas, cuando repatriábamos a los españoles allí encerrados. Pero al final, tras llevarlos a todos a un hospital militar bajo estrictas medidas de seguridad, tras quince largos días, respiramos aliviados al ver que venían limpios, y suspiramos, como si todo estuviera ya hecho.

Y mientras, ese director de la policía que sí supo ver lo que venía, y que daba órdenes a los suyos para que se protegiesen, y protegiesen aeropuertos y vías de acceso a España, ese era destituido. Sin honores, con desprecio, con el mismo desdén que sufrió el médico de Wuhan que advirtió de que ese virus no era normal, ese doctor joven al que denigraron antes de que terminara muriendo de la misma enfermedad que acertadamente diagnosticó. Los que pudieron salvarnos fueron atacados, y los que les atacaron, dejaron que nos clavaran un rejón de muerte antes de correr a sus refugios. Tonto el último, parecían pensar, mientras se enfundaban sus guantes para ir a la manifestación, mientras preparaban sus ingresos en hospitales privados, mientras exigían trato preferente sin mirar a los ojos a esas personas que les habían votado.

Nos robaron el derecho a sentir miedo poco a poco, a mentalizarnos día a día con los datos que, a cuentagotas, les iban llegando, a prepararnos. Si nos hubieran contado la verdad de la letalidad del virus, de sus consecuencias para la salud de las personas sanas, de la falta de preparación para vencerlo, cada uno hubiéramos reaccionado como somos, unos más prudentes, otros menos, pero todos como un pueblo solidario, entregado, amante de su familia y de sus amigos. Y hubiéramos hecho acopio de lo que ahora nos falta: test, mascarillas, trajes de protección, respiradores. Hubiéramos sido responsables, como lo estamos siendo ahora, cada uno en nuestro ámbito. Pero no, nos dijeron que todo el mundo lo tenía que pasar, cuando ya sabíamos hacía un mes que en China, donde surgió todo, la mayoría de la población lo había esquivado.

No, no interesa decir la verdad. Ancha es Castilla, que el virus campee a sus anchas. Y así ha ocurrido, así, lamentablemente, está ocurriendo.

Las llanuras de nuestra tierra, sus montañas y sus mares parecen ajenas a lo que estamos sufriendo, pero no es así. Por ellas pasean ahora todos nuestros seres queridos, todos los que nos han dejado porque no hemos podido protegerlos, así me los imagino ahora, cuidándonos ellos a nosotros. A la cabeza van algunos héroes de estos días, los que han entregado su vida por los demás, los que han caído en la batalla. Y en las trincheras domésticas quedamos los que parece que nada hacemos en este grotesco juego de la ruleta rusa.

Pero sí hacemos. Día a día, amando, cuidando a los nuestros, aplaudiendo a los héroes, hacemos cuando extremamos los cuidados, cuando intentamos huir de los restos del virus, de los portadores, cuando imaginamos que podemos ser portadores sin saberlo y evitamos imaginarios contagios.

Claro que hacemos. Hacemos ahora y haremos luego, cuanto tengamos que ir a las urnas, a pedir justicia, a reclamar que les quiten la custodia a esos que se han creído que son nuestros padres y se han comportado como progenitores irresponsables que no saben cuidar a su prole, solo explotarla. Nos mirareis a los ojos y aguantaréis nuestra mirada, y nunca, nunca más nos manipulareis con vuestra imposición de qué debemos pensar, qué debemos saber y cómo debemos analizar la realidad. Somos un pueblo libre, de personas con derechos individuales que nunca están por encima de los derechos de los demás, y lo estamos demostrando. El pueblo español es mucho mejor que sus gobernantes, que nos han robado ese sencillo derecho, derecho a sentir miedo en condiciones de guerra para recuperar el derecho a vivir sin miedo en condiciones de paz.

Auxi Barrios 04/04/2020